Pese a lo que a veces pueda pensarse la ira es una reacción
natural en el ser humano que se produce cuando alguien se siente
herido injustamente. Esa herida produce una emoción de tristeza que
es precisamente la que provoca el deseo de venganza propio del
iracundo. La herida interna que se padece injustamente desde el
punto de vista del afectado provoca el deseo de hacer justicia y
devolver ese daño a aquel que lo causó. Por tanto, la ira está
constituida por la tristeza y por el deseo de venganza.
En definitiva, la ira debe tomarse como una reacción natural y como
tal debe expresarse. Es muy difícil solucionar un conflicto en un
momento de ira por esta razón es bueno hablar de la situación con
una persona ajena al problema que sabemos que nos escuchará y nos
comprenderá. Una vez que la emoción haya pasado entonces también
debemos hablar del tema de forma asertiva con la persona afectada
directamente. Esa es la única forma de cerrar el tema de manera
definitiva y no dejar heridas mal curadas que volverán a brotar en
cualquier momento en caso de no sanarlas de la forma
adecuada.
Desde el punto de vista ético, la ira no es mala, sin embargo, si
puede ser moralmente criticable aquella acción que racionalmente
realice el hombre en un momento de ira. Por esta razón, es
conveniente esperar a que pase la emoción para pensar con claridad
y serenidad.
Cuando la tristeza se da en un grado muy elevado y durante un
tiempo prolongado entonces, en muchas ocasiones, surge la
desesperación cuyo caso extremo es el suicidio. La desesperanza
provoca un sentimiento de pérdida, infelicidad, desolación absoluta
y vacío interior. Es una emoción difícil de sobrellevar día tras
día ya que la desesperanza, como bien dice la palabra, supone la
pérdida de esperanza, es decir, aquel que está sufriendo ha perdido
la confianza en el futuro por lo que también ha perdido el sentido
de su propia existencia en tanto que tiene la sensación de caminar
hacia ninguna parte.
Es conveniente hacer frente a la emoción de la tristeza en el
momento adecuado y no esperar a que surja la desesperación. Por
ello, el ser humano debe escuchar sus propias emociones ya que toda
emoción tiene una razón de ser y, por tanto, aporta una información
valiosa respecto a la propia felicidad personal. En definitiva, las
emociones son una herramienta muy eficaz que el hombre tiene que
escuchar para conocerse a sí mismo de forma adecuada. El sentido de
la vida reside en que cada quien sea el protagonista de una
existencia realmente auténtica.
Cualquier persona puede ayudar en la medida de lo posible a otra,
sin embargo, la realidad es que la mayor ayuda es la que puede
aportarse uno a sí mismo hasta el punto que nadie puede superar un
momento de tristeza y dificultad si no toma conciencia de que debe
poner de su parte para salir de esa situación negativa. El
verdadero deseo de cambio y crecimiento interior surge de dentro a
través de la fuerza que cada quien tiene en sí mismo y que se
traduce en el afán de superación.
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