Nuestra especie
Nosotros, cuando vivíamos en la selva primordial, no éramos capaces de competir ni en presteza ni en esfuerzo muscular con las cazas raudas ni con los predadores grandes. Todo lo que teníamos era nuestro cerebro enorme y nuestro sistema de símbolos que nos permitían lograr, actuando en conjunto, como grupos, lo que como individuos nos evadiera.
Teníamos la semántica ‘doblen allí agáchense ataquemos…’
Teníamos el don del habla. No de la repetición de vocablos pronunciados sin concordancia como hacen los loros, o los gritos escandalosos del Chimpancé Pigmeo, sino que poseíamos una capacidad de coordinar nuestra actividades de grupo por medio de lo que nos comunicábamos por gestos y palabras para perseguir nuestra presa hasta que ésta se desplomara al suelo, exhausta e incapaz de seguir evadiéndonos. Entonces la matábamos, para comerla, usando nuestras armas primitivas.
Para mejorar nuestra eficiencia de cazadores, la Naturaleza inventaría la zurdera. Para que ‘algunas piedras’ lanzadas a nuestras presas procedieran de una dirección inesperada, cogiéndolas de sorpresa, ya que asumían que la mano derecha en el ser humano se usaba para lanzar.
Otros animales hacen lo mismo, pero sin nuestra eficacia. Comparemos una escuadrilla de aviones en una batalla aérea y una manada de hienas cazando una cebra. La comunicación entre los aviadores y las hienas son muy diferentes.
Las palabras
Las palabras son irresistibles, intoxican, incitan, transmiten estímulo emocional, engañan, seducen, alivian, y envenenan.
Las palabras son portavoces de la baja y de la alta autoestima, como ya sabemos. ‘Tú eres el mejor’ ‘Tú, la más bella’ o ‘A mí nada me importas…’
El verbo es omnipotente
Con la elocución: ‘Yo soy el Verbo’, Cristo inició una doctrina religiosa que ha sobrepasado los lindes de toda cultura y sociedad, constituyéndose en un eje misterioso, místico y fundamental en el Destino de nuestra humanidad.
Lo hizo usando cuatro modalidades: el gesto, la palabra directa, la parábola y el uso de la metáfora.
De modo anverso, Hitler y Mussolini aplicaron el verbo y la gesticulación dramática para enviar a su destrucción final, los ciudadanos de sus hechizadas naciones. Lo que tuvieron en común los tres profetas descritos, fue el uso efectivo e irresistible de los símbolos del lenguaje.
Stalin asimismo, usó la metáfora de luchar, no contra un enemigo, sino que instó a luchar, en defensa de la Madre Rusia para derrotar los ejércitos nazis, como antes fueran derrotados los de Napoleón en 1812. Ni Stalin ni el Zar antes que él, eran queridos por su pueblo pero, Madre Rusia como madre, sí que lo era.
La alusión más poderosa está contenida en la palabra ‘madre’.
Así es todo, con el uso de la palabra, la semántica y de la metáfora.
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