18Sorprende que la virtud correspondiente a la pasión de la ira reciba en la Ética Nicomáquea el nombre de praótes, pues este mismo término se emplea en la Retórica (junto con el de praúnsis) para designar no a una virtud sino a otra pasión, precisamente a la que es contraria a la ira y constituye su «rebajamiento y retirada» (katástasis kaì erémesis).
19Una es la virtud de la apacibilidad y la otra la pasión de la calma, 20 aunque no cabe ninguna duda de que las ideas de
Aristóteles sobre la coherencia terminológica y la distribución de nombres entre pasiones y virtudes eran menos rigurosas que las nuestras.21 Lo que interesa advertir sobre todo es que las pasiones de la orgé y la praótes no están definidas en la Retórica de modo meramente descriptivo, sino conforme a lo que constituye su uso adecuado o virtuoso. Para Aristóteles sería inconcebible describir una pasión en bruto, de manera neutra y con independencia de su adecuada experimentación, y después determinar cuál es el modo en que se experimenta adecuadamente.
Si se trata de decir qué es la orgé, lo pertinente es mostrar qué rasgos tiene esa pasión cuando procede de manera correcta, de manera que sus vicios, abusos o defectos se sigan fácilmente de la definición proporcionada.22
Para hacer justicia a las tesis de Aristóteles conviene prestar atención a la principal alternativa que se les opuso en la antigüedad. Tal fue, sin duda, la doctrina estoica, que en lo que aquí interesa está bien representada por los tres libros Sobre la ira de Séneca.
Para el sentido común moderno, el primer paso es describir los hechos y el segundo valorarlos; para la manera antigua de proceder, lo primero es determinar el buen uso de algo y lo segundo explicar las desviaciones de dicho uso.
23Según Aristóteles, la orgé no podía entenderse cabalmente sin razones que la respaldasen, pero tal cosa no está nada clara a juicio del cordobés.Aunque ambos convienen en que el mencionado sentimiento implica siempre un afán de venganza o restitución, Séneca cree que en esta empresa la ira se pone a sí misma la zancadilla: el suyo es un rencor «que se clava su propia flecha, ávido de una venganza que arrastrará consigo al vengador» y se asemeja «a las ruinas cuando se destrozan encima de aquello a lo que han aplastado».24 La ira no logra lo que se propone de suerte que, además de mala en sí misma, es torpe como instrumento porque está «cerradaa la razón y a sus consejos» y «agitada por causas vanas».25 Pasión «tétrica y rabiosa», coincide con el furor breuis de que habló
Horacio: 26 equivale, o eso parece, a una manifestación repentina y transitoria de la locura. Pero lo que más importa de la doctrina estoica sobre la ira y las demás pasiones no es que estas se hallen próximas a la insania, sino que a menudo andan entremezcladas con la razón de manera fraudulenta. Porque la ira senequista no se reduce, y aquí radica su principal interés, a un eclipse más o menos breve de la facultad de razonar; si es despreciable no es porque la razón le falte del todo, sino porque está presente en ella de manera espuria. Aunque la ira carezca, en efecto, de toda justificación genuina, se empeña en inventar alguna a toda costa y, en lugar de esforzarse en que su juicio sea certero, «quiere que parezca recto lo que ella ha juzgado », cualquiera que esto sea: «O quam sollers est iracundia ad fingendas causas furoris!»
27La explicación de semejante circunstancia radica en el modo de desencadenarse las pasiones, que, según Séneca «empiezan, crecen y se desbordan» conforme a una sucesión de tres pasos: el primer movimiento no es voluntario, como si se tratase de una preparación de dicho afecto y una especie de amenaza suya; el que viene después, por su parte, procede con una voluntad que no es contumaz, como si el vengarme cuando me dañan o el infligir castigo a alguien cuando ha cometido un crimen fueran actos apropiados; el tercer movimiento, en fin, se escapa ya de todo poder: no es que quiera vengarse porque eso sea lo apropiado, sino que en cualquier caso lo haría, porque ha doblegado a la razón.28
En rigor, la ira no es una pasión razonable y el encolerizado lo sabe mejor que nadie, pero esto no significa que vaya a hacer ascos a la coartada de la razón. La ira es el resultado de un proceso en el que la facultad racional ha perdido todo control; una vez que esta pasión se desboca, la razón es incapaz de frenarla, aunque presuma de llevar las riendas.29 La manera en que Séne ca explica el desencadenamiento de las pasiones concede sin duda a la razón un papel más destacado que el que le correspondería si las pasiones fuesen algo puramente enloquecido, sordo o ciego. Este hecho es un ejemplo de «dependencia de la senda», en el sentido que suelen dar a esta expresión paleontólogos y economistas, es decir, lo que ocurre cuando un fenómeno totalmente azaroso, impredecible y casi inverosímil inaugura una cadena causal determinista en la que ya no cabe vuelta atrás.
30Ha de notarse que, según Séneca, el segundo paso, aun siendo a su manera «racional», conduce de manera inexorable al tercero. Séneca fue muy sensible a los fenómenos que se sabe cómo empiezan pero no cómo terminan; «el sabio», dice, «nunca depondrá su ira una vez que haya empezado a tenerla» y en verdad nunca le faltarán razones: «todo está», si bien se mira, lleno de crímenes y vicios, cometidos más deprisa de lo que pueda subsanar cualquier coerción, como si tomasen parte en un ingente certamen de maldad. El afán pecaminoso es mayor cada día que pasa y menor la vergüenza. Desterrado como lo ha sido el respeto de lo que es mejor y más justo que uno, el capricho se precipita a donde le parece y los crímenes ya no son cosa furtiva; se producen a la vista de todo el mundo y la maldad se presenta en público, y tanto progresa en el corazón de todos que la inocencia ya no es que sea una rareza, sino que no existe.31 La hipocresía es un tributo que el vicio paga a la virtud, pero no es el único; el uso torticero de la razón en que incurre el colérico cae de lleno en la misma categoría.32 Para Aristóteles, la orgé exige buenas razones en el enrevesado sentido de que obliga a que las razones del ofensor sean malas y uno lleve razón en que lo son, mientras que para el estoico la razón es hechura fraudulenta de la propia ira.
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18. EN, 1108 a 3-10.
19. Retórica, 1380 a 8.
20. O la calma de la pasión, como también cabe llamarla con parecido derecho.
21. Cfr. Emilio Lledó, Memoria de la ética. Una reflexión sobre los orígenes de la theoria moral en Aristóteles, Madrid,Taurus, 1994, p. 182.
22. Tanto el esquema «moderno», deudor de la dicotomía hecho/valor, como el «antiguo» representado por Aristóteles proceden en realidad dando dos pasos diferenciados y sucesivos, si bien distintos en cada esquema.
23. El lector sacará provecho de la lectura de los capítulos 9.º, 10.º, 11.º y 12.º (en particular el 11.º) del libro de Martha C. Nussbaum,The Therapy of Desire.Theory and Practice in Hellenistic Ethics, Princeton (Nueva Jersey), Princeton University Press, 1994. Para entender la teoría estoica de las pasiones es imprescindible la obra de Richard Sorabji, Emotion and the Peace of Mind. From Stoic Agitation to Christian Temptation, Oxford, Oxford University Press, 2000. Un enfoque alternativo es el de Julián Sauquillo en «El complot de las pasiones, o destreza del sentimiento moral», Arbor, 588(1994), pp. 63-82.
24. De ira, I, I, 1 (edición de A. Bourgery, París, Les Belles Lettres, 1971).
25. De ira, I, I, 2.
26. Epístolas, I, II, 62.
27. «¡Cuánta diligencia tiene la iracundia para inventarse las causas de su furor!» (De ira, I, XVIII, 6). Es destacable que en ciertos contextos orgé pueda traducirse sin más por «pasión» como si fuese la pasión de las pasiones o el paradigma de todas las demás.Tal ocurre, por ejemplo, con Sófocles cuando en la Antígona (vv. 352-353) aparece la expresión astynómous orgás, que muy bien cabe traducir por «furores instauradores», pero también por «pasiones instauradoras». Sigo en esto la lectura,muy iluminadora, de José Manuel Cuesta Abad en Ápolis. Dos ensayos sobre la política del origen, Madrid, Losada, 2006, pp. 31ss.
28. De ira, II, IV, 1.
29. Cfr. De ira, I, VII, 4.
30. Sobre la «dependencia de la senda» debe leerse el excelente libro de Juan Antonio Rivera, El gobierno de la fortuna, Barcelona, Crítica, 2000.
31. De ira, II, IX, 1.
32. «L’hypocrisie est un hommage que le vice rend à la vertu», según la célebre sentencia de La Rochefoucauld, la 218. ª De las recogidas de este autor en Moralistes du XVIIe siècle, edición de Jean Lafond, París, Robert Laffont, 1992, p. 154.
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