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La moral como anomalía

Autor: Herder Editorial
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10/10 (1 opinión) |29 alumnos|Fecha publicación: 03/10/2011
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Capítulo 15:

 Los autoengaños. Moral moderna

Como todos los autoengaños, el de la moral moderna solo puede subsistir a base de no reconocerse y de proclamar otra cosa en su lugar. Si se nos pidieran responsabilidades por el concepto de responsabilidad que tenemos no podríamos dar ninguna razón aceptable y tendríamos que elegir entre ofrecer algún tipo de resarcimiento (es difícil imaginar cuál) y declarar que ningún resarcimiento bastaría para reparar nuestra falta.

Resulta sobremanera difícil justificar racionalmente conforme por lo menos a los rigurosos cánones de lo que suele entenderse por justificación racional el uso que del concepto de responsabilidad suele hacer la humanidad moderna e ilustrada.

Lo único honrado y razonable sería quizá reconocer que la responsabilidad misma surgió de un desorden conceptual francamente desaforado y que semejantes desarreglos fundacionales no han logrado enderezarse nunca, sino, si acaso, disimularse con más o menos decoro. Sin embargo, la noticia de que la responsabilidad está asentada en el pantanoso cimiento del autoengaño no afecta solo a la propia responsabilidad.

Porque esta destacable palabra, más reciente de lo que sugiere la importancia de que goza, es en realidad la caja de resonancia en que pueden oírse los efectos o repercusiones de otros muchos conceptos. Y no solo, como ya se ha visto, del concepto de la moral casi coincidente con el de la responsabilidad misma, sino también de alguno tan medular en el pensamiento de Occidente como lo es el de la razón. Según se ha mostrado, la responsabilidad se suscita cuando alguien cree haber descubierto que faltan razones allí donde debería haberlas, cuando esa ausencia puede ser compensada por una excusa de modo que la falta de la razón sea suplida por la razón de la falta y cuando a la ausencia de excusas le corresponde el pago de un resarcimiento literal o figurado. Pero la responsabilidad retributiva (o, si se quiere, la razón retributiva) se funda en un supuesto de más hondo calado: el de que el estado normal de la relación entre razones y acciones (y, más en general, entre la razón y el mundo) es de satisfacción y correspondencia.

El ajuste es, según este supuesto, la norma y los desajustes son infracciones que han de ser explicadas, que no pueden quedar impunes y que deben hacerse desaparecer, bien sea con la restauración del ajuste perdido, bien con algún hecho que redima de su imposibilidad. A este supuesto se opone aquel en que se fundan la responsabilidad y la razón no retributivas: el de que, en general, no es sensato pensar que el mundo sea un sistema de correspondencias porque la relación habitual entre él y la razón es el desacoplamiento. Conforme a este supuesto, no es el desajuste lo que debe explicarse y en su caso corregirse, sino que lo raro y anormal sería, por el contrario, la correspondencia: tan formidable, tan infundado y tan poco frecuente es el acoplamiento entre la razón y el mundo que, allí donde llega a producirse, no es sensato atribuir su logro a los méritos de la razón, sino más bien al azar o quizás a una providencia perversa que, burlándose de las expectativas humanas, tiene preparada una desgracia inminente. Quien se atiene a una razón no retributiva está condenado a la desesperanza más implacable cada vez que quiera acomodar el mundo a su voluntad racional, y no solo por las dificultades materiales de la empresa, sino porque todo acomodo es meramente aparente y, de no serlo, traicionaría a la voluntad que lo movió.

La pugna entre estos dos supuestos tiene el aspecto de una gigantomaquia entre dos grandes visiones del mundo, condenadas quizá a intentar destruirse mutuamente. Pero se equivoca quien crea que esta confrontación adopta la forma de una batalla. La razón retributiva y su opuesta no han peleado nunca de manera franca y han preferido ignorarse mutuamente.

Lo que llamamos moral y lo que llamamos razón son el resultado de esa mutua ignorancia, y no está en manos de nadie combatirla ni mitigarla. La manera específicamente moderna de pensar la relación entre la voluntad humana y sus efectos consiste en el uso intermitente de dos esquemas opuestos entre sí y en el autoengaño sobre esa intermitencia. Naturalmente, de poco sirve descubrir dicho autoengaño cuando no se está en condiciones de obrar de otra manera. Nuestras ideas sobre la responsabilidad, la moral y la razón son el resultado de una larguísima historia en la que casi nadie ha cumplido el papel que creía estar cumpliendo. Son en realidad el producto de una enrevesada cadena de malentendidos y en esto no se distinguen de ningún otro concepto relevante. La historia de cualquier concepto es una sucesión de azares en la que a ninguno de sus participantes le sería posible responsabilizarse de su aportación. Lo que cada cual aporta a esa historia –como a cualquier otra cadena de acciones humanas solo cobra su verdadero significado muy lejos del contexto en el que la acción se produjo. Quien quiera saber la verdad de lo que está haciendo y responder de ella tendría que preguntársela a alguien demasiado lejano en el espacio y el tiempo, tan lejano que quizá no se entendería nada de lo que dijese. Para responsabilizarse de verdad de lo que uno hace habría que estar dispuesto a dar crédito a descripciones de la propia acción apenas inteligibles para quien presume de ser su autor y en las que uno no podría reconocerse sin mudar violentamente sus ideas sobre la propia identidad.

Pero esa sería otra responsabilidad y otra historia, porque las nuestras son mucho más modestas y menos ambiciosas.

Llegar a saber lo que uno genuinamente ha hecho exigiría una memoria sobrehumana, una supervivencia portentosa y una fortuna improbable. La llave que permitiría entender el sentido cabal de las acciones no está en el corazón de quien las ejecuta ni en su cabeza; está escondida en lugares remotos o en tiempos que no han llegado todavía o que se acabaron hace mucho. Por regla general nadie advierte los propios autoengaños del todo hasta haberse alejado y aun olvidado del lugar y el momento en que eran necesarios. En el caso de la responsabilidad y de la razón ese alejamiento es seguramente imposible y, de poder llegar a darse, faltarían palabras con las que dar cuenta de él.

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Aprende con este curso de Herder Editorial, fragmento del libro: "La moral como anomalía", del autor Antonio Valdecantos (ISBN 978-84-254-2510-3). Puedes descubrir y adquirir este libro en http://www.herdereditorial.com/section/2679/

La moral como anomalía. Portada de libro. Herder Editorial

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