Relato 1: UNA MUJER ÚNICA
Eran tiempos difíciles para una mujer con talento. El
piropo más común que los hombres daban a las damas cuando
las cortejaban era en referencia a su belleza física. Pocos
hombres consideraban entonces sabia a una mujer. Al menos, más
sabia que a sí mismos. Pero los ojos de mi abuela eran el
reflejo más claro del ansia de verdad y la sed de conocimiento
que tenía por dentro. Era una persona con curiosidad e
inquietud, siempre hacía preguntas infinitas, como los
niños cuando empiezan a cuestionarse el porqué de todo.
Nunca supo que ella fue más inteligente que cualquier otra
persona licenciada o doctora. Cuando yo hablo con ella siento,
vibro y me emociono al compás de su sabiduría vital. Creo
que consiguió encontrar en su modo de vida, totalmente opuesto
a lo que soñaba de niña, una verdadera vocación.
Ella siempre me decía que quien ama renuncia. Y ella
renunció a sus sueños por sacar adelante a su familia.
Toda una recompensa de amor. A veces siento que no sólo vine a
este mundo con un cordón umbilical que me une a mi madre sino
también a la madre de mi madre. Creo que tenía dos
motivos para quererle; le quiero por ser mi abuela y por ser la
mujer que dio vida a mi madre. El amor es como una cadena que nunca
termina. Un círculo cuadrado. Algo paradójico tan
misterioso como la propia vida.
Recuerdo que un día le pregunté:
- Abuela, ¿eres feliz?
Y respondió sorprendida y enérgica:
- ¿tengo cara de no serlo?
Aquella fue la prueba definitiva que calmó mi inquietud
al ver a mi abuela, mi querida abuela, indignada ante tal pregunta.
Yo le quería tanto que a veces sufría pensando que estaba
agotando su vida en un objetivo distinto del que ella hubiese
deseado. Ella era escritora. Escribía a escondidas relatos
maravillosos. Historias de su infancia en Madrid relatadas con
nostalgia y anhelo, cuentos para niños que casi parecen nanas
para acunar a un bebé en brazos al son de cada verso y obras
de amor dedicadas a la persona que siempre quiso: mi abuelo.
Recuerdo que un día mi abuelo me dijo que cuando él
estuvo viviendo en Zamora, mi abuela le envió todos los
días cartas interminables. Y todavía las guarda porque
como dice: "ahora que la memoria empieza a flaquear es cuando
más necesito de la ayuda de esos papeles para recordar nuestro
pasado y cuánto nos hemos querido":
A fuego lento se deshace el hielo en mi corazón mojado.
A fuego lento te quiero.
Dentro; muy dentro de ti.
Sintiendo el delirio infinito que araña mi piel con sabor a
deseo.
Eterno perfume que se desliza por mis labios secos.
Dentro; muy dentro de mí.
En el infinito abismo de tu boca donde me pierdo.
Borracha de tanto amor.
Sintiendo el calor te espero.
Aquí, tú en mí, ardiendo a fuego lento.
Cuando mi abuelo me susurraba estos versos yo sentía sus
nervios al recitarlos de memoria porque evocaban en él
momentos pasados muy felices. Un anhelado ayer situado al Este del
Edén, al norte de su corazón envejecido. Su mirada
enamorada me decía que puede que la vida sea dura, y de hecho
lo es, pero lo es un poquito menos si tienes con quien compartirla.
Ella y el; café para dos; una compañía eterna en el
jardín de la esperanza. Aprendiendo a vivir y aprendiendo a
morir juntos, el uno al lado del otro. Ese día
comprendí que mi abuela, sin saberlo, lo alcanzó todo. Y
es que, en labios de mi abuelo, descubrí un poema que
pasará a la historia de la literatura. Al menos hasta
dos generaciones posteriores a la suya. Toda una familia unida por
la verdad de unos versos.
Y lo cierto es, que cuando yo veo a mis dos abuelos a sus ochenta y
cuatro años de edad cogerse de la mano, entiendo perfectamente
que mi abuela prefiriese sentirse realizada amando antes que
escribiendo. Ojalá hubiese podido hacer las dos cosas pero
eran tiempos distintos a los de ahora. Entonces sólo
triunfaban los hombres. Ahora sé que es feliz y ha sido
feliz porque le pasó algo que parece sencillo pero es
complicado si el tiempo del que estamos hablando es toda una vida;
ella amó y fue correspondida.
Ahora mi abuela disfruta de su vejez y de la tranquilidad. Ella
camina hacia el final de su vida. Pero yo siempre he pensado que
ella es eterna. Quizá porque cuando le beso en las mejillas,
una y otra vez, yo siento que le transmito parte de mi juventud.
Puede parecer absurdo pero siempre he creído que nadie desea
morir en este mundo si se siente querido. Por eso le quiero, para
darle vida. La vida que ella le dio a mi madre. La vida que ella me
dio a mí de forma indirecta. Y la vida que me sigue dando cada
día cuando me quiere tanto como yo le quiero a ella.
Y como contrapunto, yo empiezo mi vida a partir de hoy. Tengo
diecisiete años y el próximo curso iré a la
universidad. Prepararé mis maletas cargadas de recuerdos
y me trasladaré a Madrid para estudiar filología en la
Universidad Complutense. En un tiempo donde las humanidades sufren
una crisis muy grave, yo no puedo dar la espalda a mis raíces
intelectuales. Mi devoción por las letras la cultivé
desde mi cuna cuando todavía era un bebé. En cada nana,
en cada palabra, en cada abrazo de mi abuela yo sentía su
escritura desde su corazón. Porque mi abuela quizá no
haya escrito muchos libros, ni haya recibido cientos de premios. Mi
abuela escribió su vida y en esa vida he encontrado yo mi
mejor legado de sabiduría. Muchas gracias a ti; mi querida
abuela.
Mensaje de la historia:
Es importante que el diálogo intergeneracional sea uno de los
pilares fundamentales de nuestra sociedad. Además, la
educación en valores puede permitir que el anciano pase sus
últimos años de vida rodeado del respeto y el amor que se
merece. La familia es uno de los mayores bienes que acompaña a
un ser humano a lo largo de su recorrido vital. El amor refuerza
los lazos familiares pero es un amor que requiere cuidarse y
alimentarse mediante la paciencia, la constancia, la tolerancia, la
generosidad y el perdón. Es posible aprender a querer más
y mejor a aquellos que tenemos a nuestro alrededor del mismo modo
que también podemos aprender a querernos más y mejor a
nosotros mismos a lo largo del tiempo a base de ensayo y error. Ese
es el único aprendizaje humano; la experiencia. Obsesionarse
con ser perfecto sólo conduce a la imperfección.
Existen diferentes etapas a lo largo de la vida: el hombre nace,
crece, se desarrolla, alcanza la madurez, envejece y muere. Pese a
que en ocasiones tiende a verse el lado negativo de la vejez
también puede tratarse de un periodo muy pleno de descanso
tras largos años de trabajo y sacrificio. La tercera edad
brinda la oportunidad de disfrutar debidamente del tiempo de ocio y
el día a día. Tanto aquellas personas que al final de su
vida siguen gozando del amor correspondido como aquellas que lo
perdieron a mitad de camino deben sentirse afortunadas y
agradecidas porque tuvieron el privilegio de amar y ser amadas de
verdad en algún momento. Algo mágico existe en ese tipo
de vivencias como muestra la cantidad de poemas de amor que han
pasado a la historia de la literatura mostrando el carácter
intemporal del hombre en relación con la afectividad.
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