A finales de 1945 o principios de 1946, el director técnico de
la London Fumigation Company para Oriente Medio, Herbert Cole, fue
llamado por las autoridades de Egipto para un encargo oficial. Cole
se dedicaba a la desinfección de los barcos de guerra británicos
que atracaban en el puerto de Alejandría y en estos momentos se le
requería para fumigar la pirámide de Kefrén.
Se planteó utilizar gas cianhídrico, idéntico al que los nazis
usaron en sus campos de exterminio, para eliminar a los parásitos.
Al anclar uno de los extractores entre las juntas de dos bloques
del monumento, una trilla de madera y un hueso (la falange de un
pulgar humano) saltaron de una de aquellas ranuras. Sin prestar
atención a la importancia del hallazgo, decidió quedarse los restos
y los conservó como recuerdo hasta su muerte en 1993.
Anteriormente a esto, ya se habían encontrado restos óseos humanos
y de animales en el interior de las pirámides. Todos fueron datados
mediante el mecanismo del carbono-14 dando resultados poco
alentadores: la mayor parte de los restos pertenecían a estos
últimos 20 siglos. La teoría del carbono-14 es simple, se parte de
la certeza de que el carbono es un isótopo radiactivo que se
encuentra en todos los seres vivos en una proporción fija. Al
morir, ese isótopo se va disipando de forma progresiva, de manera
que basta con calcular el carbono-14 perdido por un cuerpo o
sustancia orgánica para determinar con cierta precisión la fecha de
su muerte. Mediante esta técnica se ha conseguido datar restos de
seres vivos tan antiguos como los restos del faraón Zoser datados
como 2700 +/- 75 años a. C.
Los restos encontrados por Cole tenían, a diferencia de los
hallazgos anteriores, una particularidad: estaban encajados entre
dos bloques del monumento, tal vez desde la época de su
construcción. Su hijo, Michael Cole, se dio cuenta del legado de su
padre y decidió escribir y enviar los restos al ingeniero Robert
Bauval, del cual se hablará en otro capítulo, en octubre de 1998.
Bauval comenzó a trabajar de inmediato y debía garantizarse una
rápida y fidedigna datación. Pero durante los dos siguientes años,
su trabajo no hizo más que dar palos de ciego y terminó en un
callejón sin salida. Tres instituciones, el Museo Británico, el
Servicio Egipcio de Antigüedades y la Universidad de Boston, le
rechazaron las pruebas por parecer poco fidedignas.
Gracias al director en aquel entonces, marzo de 2000, de la revista
Más Allá de la Ciencia, Javier Sierra, que financiaron las pruebas,
las muestras viajaron a España. La gestión científica recayó en el
doctor Fernán Alonso del Laboratorio de Geocronología del Instituto
de Química Física Rocasolano. Las muestras, 500 miligramos de hueso
y 28 de madera, se enviaron a la National Science Foundation de
Tucson, en Arizona. Hubo que esperar hasta el 12 de marzo de 2001
para obtener unos resultados ciertamente desconcertantes: la madera
fue fechada en el 2215 +/- 55 años BP.
En un principio, estos resultados parecen del todo correctos si se
tiene en cuenta que las pirámides fueron construidas,
aproximadamente, en el 2500 a. C. No era un mal resultado, pero no
confirmaba las sospechas de Bauval de que las pirámides podrían
tener una antigüedad muy superior a esa fecha, tal como se
argumentará en otro capítulo. Pero ése fue un error ya que las
siglas BP significan Before Present. Es decir, tenía que entenderse
como que la madera era de hace 2215 años. La época propuesta era la
ptolemaica durante el periodo helenístico.
Una semana después, llegaron los resultados referentes al hueso.
Éste se dató con una edad de unos 128 +/- 36 años BP. No cabía
entender como era posible que dos muestras orgánicas encontradas en
la misma ranura distaran tanto cronológicamente. Para su
explicación, Javier Sierra y Robert Bauval, dieron dos posibles
hipótesis: en primer lugar, es muy posible que durante alguna
operación del explorador italiano Giovanni Battista Belzoni, que
desenterró la entrada superior al monumento en 1818, hubiese
ocurrido algún accidente. No es demasiado especular sostener que
uno de sus obreros hubiera podido advertir la presencia de un trozo
de madera en la junta de dos bloques y que al tratar de rescatarla
se quedara atrapado allí, viéndose obligado a mutilarse el dedo. La
segunda idea apunta al coronel británico Howard Vyse que despejó en
1837 la entrada inferior a la pirámide. Para ello empleó explosivos
y es de suponer que alguno de sus empleados perdiera un dedo.
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