En resumen, he aquí las conductas que cabe evitar en estos casos: los padres no deben actuar en lugar del niño y tomar decisiones por él y así convertirse en un escolta que lo acompaña a cada paso para que nadie pueda hacerle daño, pues eso provocaría en él la sensación de amenaza constante. Tienen que abstenerse de animar al niño a que plante cara a sus agresores, ya que, por una parte, es posible que no se sienta capaz de hacerlo y, por otra, de esta forma podría producirse un enfrentamiento para el que no esté preparado. También es totalmente desaconsejable obligarlo a acudir a un adulto a fin de delatar al «agresor», dado que de esta forma se convertiría en el «acusica». Eso daría nuevos motivos para que sus adversarios se metieran con él y le provocaría la sensación cada vez más desalentadora de no ser capaz de resolver sus propios asuntos. El consejo de pasar por alto a sus agresores tampoco suele dar buenos resultados, porque en la mayoría de las ocasiones resulta del todo imposible llevarlo a cabo. Lo mismo vale para instarle a huir o cambiar de escuela, pues aumentaría en el niño la sensación de fracaso e incapacidad. Además, los padres deben evitar responsabilizar y atacar al colegio, ya que en ese caso se crearía un ambiente cada vez más hostil y se empeoraría la situación del niño.
La escuela, por su parte, ha de desistir de enfrentar a los niños, tomar partido o hacer de jueces.
Por último, el asunto no debe convertirse en el tema central de todas las conversaciones en casa y el colegio.
En lo que respecta al niño, es fundamental que evite comportarse de una forma que demuestra a su agresor que tiene poder sobre él, por ejemplo, aislándose, devolviendo la agresión o actuando como víctima.
Para abordar este problema de forma positiva ofrecemos las siguientes indicaciones generales: los padres deben tratar a su hijo desde el primer momento de tal manera que le transmitan que lo ven capaz de solucionar sus problemas solo; es, por ello, aconsejable que adopten la difícil pero eficaz postura de «observar sin intervenir», con el fin de que el niño sienta que confían en él y en sus propios recursos para resolver sus dificultades. Actuando como si la situación no fuera tan grave como para que el chico no pueda resolverla por su cuenta los padres le comunican que dan más importancia a los recursos que tiene que a las dificultades que ha de afrontar.
Por parte de la escuela, la mejor ayuda consiste en mantener la dinámica habitual en la enseñanza y transmitir los valores éticos de forma general, sin personalizar ni señalar al chico como víctima.
La familia y los representantes escolares deberían intentar contribuir a que el niño se relacionara con otros compañeros.
¿Y qué puede hacer el chico? Rodearse de amigos para afrontar las situaciones conflictivas, actuar como si el agresor no tuviera el poder de hacerlo sufrir, es decir, mostrar al otro que sus ataques no consiguen su objetivo de hacerle sentir mal. También le será de ayuda canalizar la rabia que provoca esa situación en actividades que no empeoren el problema.
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