Pol le miró con un poco de miedo. Últimamente, cada vez que un ser humano se le acercaba era para burlarse de él o para decirle lo que tenía que hacer. Pero el viejecito no hizo ninguna de las dos cosas. Sencillamente, se sentó a su lado y dijo: —Me gusta tu mochila.
Pol la apretó con fuerza, pero el anciano lo tranquilizó:
—No tengas miedo, sólo he dicho que me gusta. ¿Para qué iba yo a querer una mochila si ya ni puedo con ella? Veo que eres un buen chico.
— ¿Por qué? —preguntó Pol.
—Porque has hecho novillos, pero no te has ido a ningún sitio peligroso.
Pol no dijo nada. En realidad, no sabía qué decir. Hacía tiempo que no hablaba con nadie de otra cosa que no fuera su malestar por las burlas de sus compañeros y no estaba preparado para seguir una conversación ajena a este tema.
— ¿Te has peleado con tus amigos? —preguntó el anciano.
—No —respondió Pol—. No tengo amigos.
— ¿Cómo es posible? Pareces un chico simpático.
—En mi clase no opinan lo mismo —dijo Pol con tristeza.
— ¡Ah!, ya entiendo. Ellos tienen su opinión sobre ti y tú les complaces haciendo lo que esperan que hagas: si piensan que eres antipático, te comportas como si realmente lo fueras, si creen que eres un cobarde, huyes; así les confirmas que tienen razón.
—No puedo hacer nada para convencerlos de que están equivocados.
—Claro que no —respondió el anciano—. Es mucho mejor que se convenzan solos.
— ¿Cómo? —preguntó extrañado Pol.
—No hay que hacer nada especial, sobre todo nada que les dé la razón. Por ejemplo, si intentan hacerte enfadar, no debes complacerlos. Te voy a explicar algo que me ocurrió hace unos meses. Supongo que ya te has dado cuenta de lo mucho que me cuesta andar. Bien, pues un día un grupo de muchachos, más o menos de tu edad, jugaban a hacerme burla, imitando mi forma de caminar y riéndose abiertamente de mí. Me fui a casa muy triste y al día siguiente no me atreví a venir al parque, pero después lo pensé mejor y decidí que no tenía que renunciar a nada sólo porque unos muchachos aburridos me habían elegido como fuente de diversión, así que cogí mi bastón y me dispuse a afrontar la situación. Aquel día había todavía más chicos en el parque y debían de estar muy aburridos, puesto que en cuanto me vieron empezaron a burlarse de mí como la ocasión anterior, sólo que yo esta vez, en lugar de huir, me dirigí hacia ellos y les dije: «No lo hacéis mal del todo, pero creo que podríais conseguirlo aún mejor. A ver, tú, te ríes muy flojito y andas algo torcido, pero no tanto como yo; debes de practicar un poco más para que te salga mejor». Todos los chicos se callaron de golpe y empezaron a correr hacia otro lado. Seguí andando hacia ellos pidiéndoles que no se fueran y que siguieran imitándome, pero nunca más lo hicieron.
—No puede ser tan fácil —dijo Pol.
—Yo no he dicho que lo sea. De hecho, era ponerles en una situación muy difícil porque seguir burlándose de mí habría significado que me obedecían y no obedecerme, dejar de burlarse. En tu caso, me parece importante, además, que intentes hacerte amigo de alguien, pues si te aíslas se meterán contigo con más facilidad.
Pol se quedó pensativo. El anciano miró su reloj y dijo: —Bueno, me voy, que empiezo a sentir hambre. Que tengas mucha suerte.
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