Lo curioso es que ocho años después del encuentro en la
pulquería de Iguala, mi amigo, el pintor Diego Rivera, otro
fanático coleccionista, obsequió una cabecita de serpentina
negra que milagrosamente resultó ser la cabeza que le faltaba al
enanito de Iguala". El término olmeca para denominar
este tipo de arte se utilizó por vez primera en 1927, cuando
Hermann Beyer, científico alemán que vivía en México, señaló
que la máscara en el tocado del monumento de San Martín
Pajapan, en Veracruz, era idéntica a la cara de un colgante de
jade que él tenía, agregando que era la cara de una deidad que
pertenecía a la civilización olmeca o totonaca.
Dos años después, Marshall Saville, del Museo Americano de Historia
Natural de Nueva York, dio a conocer numerosas hachas
de piedra incluyendo el hacha votiva de Alfredo Chavero, y
siguió a Beber en relacionarlas con la máscara de San Martín
Pajapan y referirse a ellas como olmecas, ya que se habían
encontrado en el área que los mexicas llamaban ulman, la tierra
donde crecen los árboles de hule. Debido a que algunas de las
imágenes que aparecían en las hachas tenían colmillos, las
interpretó como representaciones del dios mexica Tezcatlipoca,
en su forma de tigre, ilustrando su conclusión con el gran
jaguar quauhxicalli en el Museo Nacional.
Pero el aporte más importante de Saville a los estudios sobre los
olmecas, observó don Miguel, fue reconocer que las incisiones
en el rostro de una pequeña cabeza realísticamente tallada en jade,
dada a conocer por Edward Seler en 1922, proveniente de
Tabasco, eran, de hecho, versiones de perfil de las máscaras de
tigre representadas de frente en las hachas votivas y otros
artefactos.
El siguiente paso en este emocionante rompecabezas arqueológico
tuvo lugar en 1932, cuando su amigo George Vaillant dio
a conocer el pequeño tigre de jade de Necaxa, que traía las
mismas incisiones faciales que se veían en la "cabecita cara
de niño" de Seler. Como la estatuilla mostraba una mezcla
fluida de rasgos humanos y felinos, Vaillant también insistió en su
condición de deidad, pero en lugar de Tezcatlipoca, como lo
interpretó Saville, le parecía que era Tepeyollotli, el dios de las
montañas, mencionado en los códices mixtecos.
En cuanto al término olmeca, Vaillant creía que los labradores de
las "caras de tigre" de Saville y "caras de
bebé" de Seler no eran los que comerciaban con los
mexicas, sino otro grupo de épocas más antiguas y más civilizado,
que las crónicas también llamaban olmecas. Ésos eran los que
en una época más temprana vivían en Tlaxcala, pero más tarde se
dispersaron hacia el sur, a los estados de Veracruz, Chiapas,
el sur de Puebla, el este de Oaxaca, y eran conocidos por su
trabajo en jade y turquesa.
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