Muchos de los monumentos de La Venta conmemoran el momento
de la gran ceremonia de renovación. Después de estos
rituales, los nobles y sus invitados regresaron al conjunto
residencial para iniciar las celebraciones, dejando al antropomorfo
en el "altar" para ser admirado. A medida que la
gente avanzaba para verlo, se repartía comida y bebidas. Al
terminarse la comida, se bajaban las cortinas de la litera y
el antropomorfo era llevado a sus habitaciones en el palacio del
sacerdote-gobernante.
Esa tarde, durante la gran cena en el patio del palacio de Garra de
Jaguar, uno de los invitados que venía de tierras lejanas, del
oeste, donde las montañas echan humo, se enamoró de una de las
hijas de Garra de Jaguar. Era el hijo del señor de un pequeño
centro religioso llamado Chalcatzingo.
El sol parecía sonreír sobre el valle de México esa fresca mañana
del primer domingo de abril de 1942. Al sur de la ciudad
de México, en la colonia San Ángel, la anfitriona Rosa Roland
supervisaba entre ollas y flores las distintas actividades de
la cocina. Por la tarde, varios amigos, entre ellos el
eminente arqueólogo mexicano doctor Alfonso Caso, habían sido
invitados a una comida especial por ocasión del viaje de
Miguel Covarrubias, su esposo, a Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, para
participar en una importante reunión internacional sobre el
nuevo arte precolombino que los especialistas llaman olmeca.
A los 37 años de edad, don Miguel, talentoso pintor e ilustrador de
libros, era célebre por su ojo conocedor y como caricaturista.
Había vivido en Nueva York durante los veinte y los treinta, donde
formó parte de una interesante comunidad artística e
intelectual, participó en el renacimiento de Harlem y, además,
conoció a su esposa doña Rosa. También había vivido en Bali,
la paradisiaca isla del Pacífico, sobre la que escribió e ilustró
un precioso libro.
Más adelante, se dedicará a la museografía y al diseño y dirección
de ballets, realizará excavaciones en Tlatilco, y por muchos
años recolectará objetos de la cultura olmeca. En 1940, de regreso
a la ciudad de México, don Miguel supo del descubrimiento de
los sensacionales monumentos olmecas en el sitio de La Venta, e
inmediatamente partió para las selvas pantanosas del noroeste
de Tabasco, donde se encontraban.
Hoy, mientras se preparaba para la conferencia, rodeado de libros y
de idolitos en su despacho, don Miguel anticipaba el placer
del encuentro con Matthew Stirling para comentar sus novedades
sobre los hallazgos olmecas más recientes. "En
épocas anteriores a las carreteras y al turismo"
-comentó don Miguel para que todos escucharan-,
"en una pulquería de Iguala, Guerrero, donde campesinos
de la región cambiaban sus idolitos por mezcal, adquirí idolitos
muy extraños: personajes gordos, de rasgos extraordinariamente
mongoloides y con gruesas bocas displicentes.
Había entre ellos un cuerpecito rechoncho, sin piernas y sin
cabeza, en serpentina negra pulida, tallado con un realismo y
maestría asombrosos... estos objetos, de un arte tan sencillo pero
tan maestro, fue para mí una revelación dentro del arte
prehispánico, tan frecuentemente limitado por sus
estilizaciones tradicionales... comencé a interesarme desde
entonces por esta extraordinaria cultura sobre la que no había casi
nada escrito y a la que se dio en llamar olmeca, por ser la
legendaria zona olmeca de la costa del Golfo donde predominaba
tal estilo...
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