El baby-face, o "cara de niño", es la segunda imagen
básica del arte olmeca. Igual de antiguo que el zoomorfo reptil;
el baby-face, desde el punto de vista del escultor, es más
difícil de lograr porque la tradición requiere que lo hagamos de
un modelo vivo, pues estos individuos son sagrados en nuestra
religión y es importante captar realísticamente todas
sus peculiaridades congénitas: grandes cabezas, ojos
almendrados, mandíbulas, largo torso y extremidades cortas y
gruesas. Aunque todos se parezcan entre sí, muestran sutiles
diferencias físicas.
De tamaño portátil, tallamos sus rostros en forma de máscaras,
además de individuos de pie o sentados de cuerpo entero.
Los que están de pie generalmente sólo portan taparrabos y se
caracterizan, además de por sus facciones únicas, por su forma
de tener las rodillas parcialmente flexionadas. Los sentados
se hallan, por lo común, ricamente ataviados con sus
vestimentas rituales. Como monumentos, los baby-face se tallan
en forma de cabezas colosales e individuos sentados ritualmente
ataviados.
La tercer imagen, la que más trabajamos, es una imagen compuesta
que combina elementos del zoomorfo reptil, tales como
la hendidura en "V" y cejas serradas o colmillos
con el cuerpo de baby-face. Lo que distingue a esta imagen de las
otras es el peculiar ancho de la nariz que descansa sobre el labio
superior volteado hacia arriba. Como en algunas imágenes del
reptil, este antropomorfo compuesto a veces lleva dos barras
verticales que van de las fosas nasales a la base del labio
volteado.
Esta figura ritual, frecuentemente esculpida en bulto, de tamaño
portátil monumental, muchas veces porta una antorcha
o "manopla". Es el "niño" que aparece
en los brazos de los baby-face y, como adolescente o adulto,
sentado en cuevas. De cuerpo entero o en bustos lo grabamos o
tallamos en jade, en relieve sobre objetos de uso cotidiano
rituales y de adorno. Su cabeza de perfil tiene incisiones como
parte de bandas auriculares y bucales.
Después de un largo silencio que siguió a la explicación de Ojo de
Obsidiana, el muchacho preguntó a su padre: ¿crees que algún
día llegaré a ser un gran escultor? Sí, le contestó el padre, el
día que seas capaz de sacar las mejores imágenes no de tu
cabeza, sino del corazón de una piedra.
NOTA: Con este capítulo hemos llegado al final
de nuestro curso.
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